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¿Qué es opositar? en la piel de un opositor
julio 6, 2020
Viajen conmigo, suban a bordo y lleguen a la orilla de una mañana de junio. Seguramente han tenido destinos más atractivos en algún verano no muy lejano, pero esos maitines estivales, cercanos a hogueras sanjuaneras, van a cambiar su vida. Créanme lo que les digo. Quién lo ha vivido, jamás lo olvida.
Fresca al alba, tensa en la espera de la llamada a las puertas del aulario, llega la hora de la verdad. Es entonces, en nuestro particular “día D hora H”, cuando el corazón se dispara. De repente, al llegar el momento de las bolas extraídas, una extraña seguridad te embarga. No existen en oposiciones los dictados de la fortuna, en todo caso, y solo en situaciones excepcionales, tiene cabida la mala suerte. Nadie saca la plaza sin estudiar tema alguno, sin el poso de conocimientos que permiten resolver una práctica. Sin embargo, el mal fario, una mala noche, una indisposición o un accidental pinchazo camino del envite, hace esfumarse el objetivo. Vuela la plaza como a golpe de veleta, como suspiro que se lleva el viento tras meses campeando tempestades de trabajo. En esa matinal estival, la vida cambia la cara.
Al calor del mediodía, al salir de la prueba eliminatoria, esa que marca la pauta, ya se conoce al enemigo, ya es real a lo que me enfrentaba. Empiezo a responder a la incertidumbre que durante tantas noches me intrigara, ¿qué era opositar?, ¿cómo se logra la plaza?
Cambiar la vida a una carta, ir a pecho descubierto, ser el rey de la baraja, poniendo sobre el tapete conocimiento y templanza. En oposiciones no tiene cabida las medianías. Se exige ir a por todas, dotes de sacrificio, capacidad de superación, disposición al esfuerzo, afán de mejora. Todo ello no es negociable, es denominador común intrínseco en el adn opositor, corriendo por las venas del aspirante.
Valiente y siempre de frente, debes ser solucionador de problemas, sobreviviendo al oscuro invierno en la trinchera. Esa travesía del desierto, epopeya no remunerada, que requiere rebelarse ante la competencia, venirse arriba con casta, saber que no pueden conmigo henchidos de confianza.
Te examinas por y para ti sin importar el pensar de la gente. Es el dogma de fe del opositor, el primer mandamiento del credo del todo o nada, del mortal sin red para ser docente. La autocrítica sincera y serena. Las noches de reflexión y los paseos de oxigenarse, donde brotan ideas nuevas con que refrescar los temas. Vivir en opositor, 10 meses, 24 horas. Estar seguro de lo que escribo, tener el control de lo que digo.
Opositar es ocultar carencias y potenciar virtudes, creer que se puede, crear un camino propio personalizando temas y prácticas, programación y unidad. Opositar es desparpajo y capacidad de respuesta. Cada opositor es él, sus circunstancias, su mundo, ese que quiere cambiar en cuanto a vida laboral, y para ello la firma de autor se hace necesaria.
¿Que qué es opositar? Despertar la vocación dormida, rescatarla de la añoranza que habita en recuerdo de tardes universitarias. La aventura de lograrla, sellar eternamente la estabilidad soñada, el pasaporte que cambia, convertir en profesional la prosa de la enseñanza.
Pero, parafraseando a Gómez Kemp, hasta aquí puedo leer. Te invito a sacar billete donde habita la esperanza. ¿Te atreves a hacer realidad estas quinientas palabras?